El mar me habló de su grandeza, de su fuerza y de su inmensidad...Yo le hablé de Honduras, de su Pueblo y de sus Instituciones y se sintió pequeño...

(Parafraso del Poema de Jorge Sarabia)


sábado, 10 de enero de 2009

El silencio paranomasíaco.

Es el silencio lo que en mi interior resuena, vagas reflexiones contradictorias entre sí las que me atormentan y el recuerdo de una luz encendida y brillante lo que mi inconsciente intenta aquí plasmar. No obstante, no siempre los recuerdos son igualmente terroríficos que el presente, si no que este nos hace darnos cuenta de lo que en el pasado dejamos de lado.

Ahora, en esta blanca hoja de papel veo reflejada como si de un espejo se tratase, mi figura, no en vano sigo escribiendo. Me vislumbro más joven aún, quizás con la mirada más perdida, pálidamente, intentando sobreponerme de algo. Ahora veo la habitación completa. Estoy tumbado en mi cama y la luz permanece apagada, pero un chorro de luz entra por un pequeño orificio de la ventana y deja entrever algunos objetos con facilidad y otros con cierta opacidad. Ahora, empiezo a sentir el frio y el miedo, pero aún no entiendo por qué. Miro hacia todos lados inquieto, parezco buscar algo, pero no se que, ni su finalidad. Empiezo a creer que la búsqueda no tuviese fin en un objeto si no en algún pensamiento o elemento subjetivo y sigo buscando. Mientras busco, doy cuenta de la inmensa tranquilidad que en mi alrededor existe, no hay explicación alguna a mi sobresalto, solamente se puede oír tenuemente el tictac del reloj y el aire en el exterior haciendo chirriar algunos objetos metálicos. El silencio era lo único perceptible, incluso aquella pequeña luz de la ventana, era tranquilizadora e invitaba al sosiego, la calma y el sueño, pero algo en todo aquello me inquietaba, no me permitía dormir.
Llevo un minuto escribiendo y siento una extraña sensación, algo en mi interior me excita, me incomoda e inquieta. Siento el latir de mi corazón cada vez más intenso. Quiero olvidarlo, pero en mi cabeza solamente hay cabida a dos estímulos sonoros, el tictac incesante y el latir que presiona mi pecho. Quiero oír el silencio, pero algo me lo impide. Siento un ardor en mi cabeza, mi nerviosismo y excitación mental me han provocado el ardor y el ardor, que el latir fuera más rápido y sonoro. Era una extraña sinfonía de golpes secos, que parecía no tener fin. Quería oír algo diferente o simplemente, nada; pero dejar de oír aquello que me atormentaba.

El sudor frio resbalaba por mi piel y yo seguía inmóvil en la cama, esperando a que todo cesase por una vez, temiendo moverme en la oscuridad. El ardor comenzó a hacerse insoportable y el sudor a irritarme la piel, por lo que para aliviarme tuve que sacudir hacia los lados mi cabeza, aún pese a que el resto de mi cuerpo permaneciese inmóvil. En vano, sin embargo, el tictac continuaba y el latir no podría ser más sonoro, parecía mi corazón a punto de sobresalir por mi boca. Aquella situación se hacía cada vez más dolorosa y tuve que reaccionar. Salté estrepitosamente de la cama y me dirigí hacia el reloj. Lo encontré, lo cogí con brusquedad y lo estampe con todas mis fuerzas sobre la pared. El sonido del reloj, al fin, concluyó, durante unos segundos, pero la obsesión por el silencio hizo que aquel exiguo sonido renaciese de mis más profundas entrañas y se hiciera mucho más audible. Además, el estrés de la situación hizo que me volviese completamente loco e intentase buscar el sonido que surgía de mi interior, por todos lados de la habitación. No paraba de dar vueltas mientras arrojaba todos los objetos. Quise oir algo distinto y busqué algo distinto, así que, intenté provocar yo mismo el sonido deseado. Comencé a estrellar violentamente mi cabeza contra la pared y a arrastrar mis uñas creyendo que algún sonido diferente me distraería de aquel tormento. El ardor, el tictac y el corazón no cesaron, si no, que aumentaron considerablemente de intensidad. Pensé que ya nada podría liberarme de aquello, creí que ya había trascendido más allá de lo solucionable y decidí acabar con todo. Abrí la ventana, tomé impulso metros atrás y me tiré al vacio. El violento choque contra el suelo produjo un brusco sonido seco que se pudo oír sin dificultad a varias manzanas de distancia. Mis órganos internos se desplazaron aproximadamente veinte metros del lugar original de impacto, me pareció ver el corazón resbaladizo sobre algún banco hediondo, todavía palpitante de vida; pero mi ser se consumió en apenas cinco segundos. Lo que quizás pueda llamar la atención de todo esto, es que en realidad, el personaje, yo, antes de lo ocurrido no poseía capacidad auditiva alguna, es decir, estaba completamente sordo.

Rolldi Abdeselam, 17 años.

Rolldi.
Pasarmiedo.com

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