El mar me habló de su grandeza, de su fuerza y de su inmensidad...Yo le hablé de Honduras, de su Pueblo y de sus Instituciones y se sintió pequeño...

(Parafraso del Poema de Jorge Sarabia)


viernes, 19 de abril de 2013

El breve regalo de Morfeo

Por Derick Barahona

Nada os pertenece en propiedad más que vuestros sueños. 
Friedrich Nietzsche (1844-1900) Filósofo alemán. 

Aquella fría mañana de invierno se levantó como impulsado por invisibles resortes, en un abrir y cerrar de ojos la cama quedó sin su ocupante quien con inusitada, pasmosa velocidad pareciendo haber sido atravesado por un rayo que le infundía una descomunal descarga de energía, realizo todas sus tareas matutinas con su ya acostumbrada rapidez; el desvestirse, afeitarse, bañarse, vestirse de nuevo y tomar el desayuno fue cosa de escasos minutos. 

Mientras tomaba café oyó de la voz que salía de la radio que el ejército de Israel seguía matando civiles inocentes en la franja de Gaza, que el dólar perdía fuerza frente al euro y otras noticias que le parecieron de una infinita intrascendencia; cuando sorbía por quinta vez el café pensó que en esta ocasión si se le había pasado la mano a su mujer con la azúcar y justo en el momento que iba a increparle por ello, reflexionó que sería soberanamente estúpido e injusto de su parte reclamarle por una insignificancia por una bobería a la bella mujer que había compartido con él los últimos quince años de su vida, en el transcurso de los cuales le había hecho inmensamente feliz. 

Repentinamente por un reflejo autómata sus ojos se posaron en las casi treinta medallas que despidiendo aquel sutil fulgor pálido propio de los objetos bañados en oro, testimoniaban fielmente su innegable amor al trabajo, su incuestionable laboriosidad; de sus labios al tiempo que del fondo trémulo de sus pupilas surgía una triunfal chispa de amor propio brotaron articuladas casi en un susurro aquellas palabras que leía (algo tonto pues las sabía desde hace mucho tiempo de memoria) acuñadas en la superficie dorada de los galardones: “Vendedor Estrella”, “El Gran Fénix De Las Ventas”, “Premio Ejemplo Nacional Del Buen Trabajador” y otros títulos rimbombantes e ingeniosos que daban fe de un notable despliegue de creatividad y buen humor. 

Su mente se turbó de manera sutil ante el contraste experimentado por la yema de sus dedos cuando estos pasaron de la tibia porcelana de la taza de café al frío metal de las llaves de su automóvil último modelo todo lujo y comodidad, el cual había comprado en efectivo y en un pago único, lo que era sin sombra de duda una auténtica gesta de carácter económico al considerar bajo la triste lente de la cruel realidad la repudiable crisis en que se encontrada sumido desde hacía tiempo el país entero, agobiado por un oscuro torbellino de inflación, devaluación, defraudación y demás palabras pertenecientes a la terminología técnica de la ciencia económica, absolutamente incomprensibles para el común de los ciudadanos en cuyas mentes al escucharles ante la imposibilidad de darles una explicación lógica derivada de su comprensión racional se dibujaban por una especie de intuición de su significado, muchedumbres interminables compuestas por niños escuálidos de vientres transparentados por el hambre que parecían estar sometidos a los rayos de una radiografía eterna; hileras de condenados semejantes a los que pinta Dante en su Infierno desfilaban ante los etéreos ojos de la imaginación colectiva y en los descarnados costados de sus famélicos cuerpos se observaban sobresalir los huesos de las costillas como los bajorrelieves de placas funerarias decoradas con epitafios alusivos a vidas miserables y tristes. 

Pero en su hogar todo era bonanza y prosperidad, aquella horrible crisis no tocaba con sus empobrecedores tentáculos aquel espacio en el que todas las cosas, desde los objetos hasta las personas parecían haber sido diseñadas para que al combinarse simbolizan el ejemplo más tangible sobre la faz de la tierra del grado supremo de felicidad alcanzado por el hombre; ¿Quién podría en su sano juicio negar que era un tipo exitoso? y quien así lo hiciera hablaba motivado por la detestable carcoma de la envidia, además existían una serie de circunstancias que constituían argumentos suficientemente contundentes para desbaratar como una torre de naipes sometida a los furibundos embates de un huracán tales afirmaciones: una joven y hermosa esposa (cuya belleza trascendía lo puramente físico, rodeada de un aura de nobleza espiritual), tres pequeños a imagen de él robustos y sanos a los que amaba más que a nada en el mundo y sobre los que solía bromear a menudo cuando se acercaba a la pared para arrancar de tajo un puñado de esas medallas que eran el áureo fruto emanado de su sudor; entonces las arrojaba al suelo para pisotearlas con infinito desdén y acto seguido alzaba a sus hijos en brazos exclamando solemnemente con la entonación apasionada de un consumado orador: estos son mis más preciados tesoros, ¡las preseas más excelsas que he ganado en la batalla de la vida!, ¡los prodigiosos laureles que reverdecerán eternamente para coronar de inefable gloria mi cabeza!. 

No se crea sin embargo que únicamente a nivel afectivo le sonreía coquetamente la diosa fortuna, (lo del carro no era en manera alguna un sacrificio) puesto que en cuanto a lo exclusivamente material concierne, gozaba de una no poco codiciada posición económica, merced a la cual todas las necesidades las de él y su familia, anhelos e incluso caprichos por absurdos e irracionales que estos fueran se miraban cumplidas casi al instante; como la vez que su esposa le hizo comprar vía aérea una fina alfombra persa traída desde las distantes regiones del exótico lejano oriente para cubrir el piso del cuarto de baño o cuando mando construir en el jardín una fuente de mármol exportado, adornada con estatuas del ratón Mickey y sus amigos solamente porque al más pequeño de los niños se le ocurrió que quería una idéntica mientras ojeaba una revista de Disneylandia. 

Es por lo anterior que sin temor a incurrir en equivocaciones se puede afirmar que toda su existencia considerada en conjunto, bien podría esgrimirse como un argumento ejemplificante, cabal e irrefutable en favor de ciertas doctrinas filosóficas que afirman que este es el mejor de los mundos posibles. 

Cuando estaba ya por irse a su trabajo, justo en el umbral de la puerta cuando se aprestaba a salir de aquella moderna y heterodoxa versión del paraíso del Edén, su rostro perdió el color al sumergirse en una palidez sepulcral y desconcertante; un pánico cerval le aprisionaba impíamente el corazón congelándole la sangre en las venas y este sentimiento indefinible que le precipitaba en un lúgubre abismo de injustificados horrores se acrecentó al adquirir una exteriorización material valiéndose de gesticulaciones grotescas que permitían leer en sus rasgos faciales un triste mensaje labrado por los miedos de su alma; ¿pero qué significaba aquello, en un hombre que disfrutaba de la posesión de esos tres bienes (salud, dinero y amor) que han sido considerados por los sabios de todas las épocas como la materia prima para construir la dicha más perfecta?. 

Y de pronto su terror alcanzó el paroxismo supremo, cuando con inobjetable realidad le llegó a los oídos una voz cavernosa, hueca, confusa que parecía provenir de un lugar muy remoto, como desde las entrañas de un pozo y como si esto no fuera ya suficiente, cuál no sería su sobrecogimiento cuando advirtió lo que juzgo una alucinación fantasmagórica que superaba por mucho el límite de su cordura; ante sus indescriptiblemente desorbitados ojos, el techo, las paredes, los cuadros, los muebles, los libros ¡la casa entera! gradualmente se iba desvaneciendo, todo desaparecía incluyendo su familia, así pudo observar cómo se difuminaban sus cuerpos, primero las cabezas después los brazos luego las piernas, hasta esfumarse por completo como hilos de un humo disipado por extraños vientos; y no pudiendo resistir más se desplomó pesadamente como un fardo de alguna materia inanimada y sucia. 

Aquella voz distante volvió a resonar en las incorpóreas bóvedas de su mente, pero esta vez ya no en ecos lejanos y confusos, sino que formando palabras claramente comprensibles: ¡vamos levántate! ¡maldito demente!, ha llegado tu hora, ¡hoy por fin podrás reunirte con el diablo en el infierno! ; entonces un rayo de sol rasgando las densas tinieblas en que se hallaba inmerso le hirió los parpados cuando estos se abrieron para distinguir frente a él las figuras de aquellos tres hombres altos y corpulentos enfundados en elegantes uniformes azules, con grandes pistolas que brillaban amenazadoras en sus gruesos cinturones de cuero negro.

Eran los guardias de aquella abominable cárcel para condenados a muerte en que se encontraba recluido, por haber asesinado con inenarrable crueldad a la anciana mujer que le había acogido como a su propio hijo desde aquel día que siendo aún bebe lo rescató de entre los escombros repugnantes de un basurero de la ciudad, en el que lo había abandonado aquella le dio la vida. 

Según los resultados del examen post mortem una enorme hacha fue enterrada reiteradas veces con demonial saña en el cráneo de la desdichada haciendo saltar la masa encefálica a través de la grietas abiertas por los golpes. 

 Y aquel individuo deforme, cojo, tuerto y jorobado que jamás había tenido una tan sola novia en toda su misérrima existencia, tanto menos prole, se sonrió levemente al recordar aquel bello sueño en el que no era un monstruo y del que regresaba sólo para encaminarse ahora al patio trasero de este maldito presidio donde el verdugo devorado por una creciente llamarada de insoportables ansias le aguarda para colgarlo en la horca.

FIN 

NOTA

El anterior relato, el cual escribí en el tiempo que sucedió, me lo refirió su protagonista el último día que pasó entre los vivos cuando en los ahora ya lejanos tiempos de mi juventud yo trabajaba para la cárcel de máxima seguridad del Condado de Hellville ejerciendo un oficio altamente singular, odiado por unos pocos pero admirado y amado por muchos, puesto que en compañía de mi venerable padre éramos los encargados de mantener ricamente proveído al verdugo de aquellas sogas por nosotros confeccionadas que habrían de servir para apretujarles la garganta a aquellas bestias .