Por Derick Barahona
Ni
él mismo podría explicar cómo le vino la idea a la mente, de lo único que
estaba seguro era que estaba allí y que esa idea parecía haber llegado desde
las entrañas mismas del infierno, como
si algún demonio milenario hubiera inclinado sus labios en sus oídos
susurrándole aquellas palabras dentro de su cabeza, aquellas malditas palabras
que llegaron para alojarse en el interior de su cráneo para siempre. Día y
noche resonaban una y otra vez repitiéndose incesantemente como el triste
tintineo de unas campanas fúnebres o como el estribillo de alguna canción de
letra perversa y corruptora. Recuerda vivamente, que fue una cálida tarde de
verano, cuando en compañía de su hermosa novia se encontraba tendido sobre el
verdor de la grama disfrutando de la fresca sombra de un frondoso árbol bajo
sus acogedoras ramas, que por vez primera le vinieron aquellas malditas ¡mil
veces malditas palabras! Sonando
silenciosas en el mundo subjetivo de sus
pensamientos; ¿qué se siente matar? ¿no
te da curiosidad saber que se sentirá matar? tal era el mensaje que
combinándose formaban aquellas letras que serruchaban la medula de sus sesos;
fue entonces cuando casi de forma instintiva y con una fijeza hipnótica clavo
sus ojos en el blanco cuello de su novia, le parecía que por alguna extraña
agudización de sus sentidos podía llegar
a oler su sangre, aquella sangre tibia que bullía tentadora dentro de sus
venas; pero fue sobre todo que su corazón se sobresalto indeciblemente cuando
su imaginación dio vida a aquel monstruoso engendro, claramente vio como las
ramas del árbol se metamorfoseaban en asesinos brazos que alargándose hasta el
cuello de la muchacha se cerraban en torno a el estrangulándola con la furia de
un loco, haciendo saltar aquellos ojos de sus cuencas y dibujando los oscuros
signos de la muerte sobre su rostro. En los siguientes días y semanas, la paz y
el sosiego no tocaban el fondo de su alma, aquella frase le torturaba como una
siniestra maldición que fuera arrojada desde la boca del más consagrado de los
magos negros. Y cuando la noche, comenzaba a caer extendiendo poco a poco su
silencioso manto de lúgubres sombras sobre el mundo, conciliar el sueño le era imposible, no podía sumergirse en ese otro
mundo del subconsciente y cuando al fin lo lograba, era víctima de horribles
pesadillas en las que se veía así mismo cometiendo todo tipo de sangrientos
asesinatos; en esas pesadillas la sangre corría a mares y él era el creador de
esos mares, se sentía entonces un Dios ¡un Dios que utilizaba la muerte y no la
vida en su tarea creadora!
Fue mucho el tiempo,
que se resistió batiéndose en una lucha tenaz, sin cuartel consigo mismo, para
no ceder ante la tentación de aquel pensamiento que parecía querer obligarlo a
sacarle de la región de las ideas, hacia el mundo externo de las formas.
Me conto que fue
durante una noche de tormenta, cuando la lluvia azotaba fuertemente los vidrios
de su ventana, que decidió del todo ir a matarla; lo mas extrañó, fue que
cuando llego a aquel punto del libro de filosofía que sostenía en sus manos y
que tan ávidamente estaba leyendo, aquel fragmento del libro que afirmaba que
la teoría sin la práctica es letra muerta, que hay que materializar los
pensamientos, insuflándoles vida con nuestros actos, que sintió nacer aquel
irrefrenable deseo de transformarse en uno de esos rayos que tan
majestuosamente iluminaban la oscura bóveda de los cielos, para poder llegar
así lo más rápido posible a su casa y darle muerte; y vivió de nueva cuenta
otra mala jugada de su retorcida imaginación cuando escucho que el sonido de la
lluvia en el tejado parecía articular las palabras malditas: ¿qué se siente
matar? ¿No te da curiosidad saber que se
siente matar? pero esta vez las palabras ya no le venían como una sugerencia
sino que impregnadas con la autoridad de un mandato imposible de desacatar; así
hablo aquella voz de la tormenta y sus ecos apagados quedaron resonando en las
más recónditas grutas de su mente enferma.
No supo cómo ni cuándo,
llego a la puerta de aquella casa, en cuyo interior dormía inocentemente su
amada sin siquiera sospechar que la muerte le acechaba inexorable tras esas
paredes, cerniéndose sobre ella como dos inmensas alas negras. Yo llegue allí
me dijo, como el que realiza un largo viaje y se duerme a bordo del tren
durante todo el trayecto, despertándose precisamente en el momento exacto en
que se arriba al lugar de destino.
Como
un león enjaulado, rondo aquella casa, durante un buen rato, hasta que de un
certero salto se introdujo por la ventana que conectaba directamente con su
habitación, la que permanecía intencionadamente abierta, para permitir su
esperado ingreso, ¡aquella ventana que tantas veces había atravesado
furtivamente para amarla, esta vez la cruzaba
para ponerle un prematuro fin a sus días!. Una vez dentro de aquel
recinto que otrora fue para él un nido de amor y que estaba pronto a convertirse en escena del crimen, se quedo
parado con la quietud de una estatua, contemplando absorto a la luz de los relámpagos
aquel bello cuerpo de mujer, que extendido plácidamente sobre su lecho, parecía
un ser inerte e inanimado con un aire de absoluta indiferencia ante aquel
mortal peligro; un tigre que astutamente agazapado en lo más espeso de unos
matorrales, súbitamente salta sobre su presa devorándola en cosa de segundos;
una serpiente que como una sombra entre las sombras, espera quedamente
enroscada sobre sí misma, para luego atacar con la vertiginosidad de una flecha
insertando sus ponzoñosos colmillos en la garganta de su víctima , son los
únicos ejemplos que se me ocurren para al menos intentar describir el furor con
el que se abalanzo sobre ella hundiéndole unas treinta y tres veces en el
cuello y en el pecho como posteriormente lo dictamino el informe del forense,
aquel filoso cuchillo, ¡herramienta macabra de su horrido acto!; pero lo más
raro, fue su proceder, su manera de reaccionar ante el acontecimiento, pues
contrario a lo que toda lógica podría suponer no escapo, ni lo intento al
menos, sino que con la tranquilidad que parece experimentar alguien que ha
encontrado profunda paz en su conciencia, después de haber obrado correctamente,
se quedo sentado en una silla estilo Luis XV, con la mirada petrificada en la
nada; para entonces la tempestad había amainado y su atronador rugido se había
convertido en un tenue murmullo que parecía adormir mágicamente todas las
cosas.
Cuando
aquel violento puntapié abrió la puerta, dando paso al grupo de policías, que en
atención a la llamada telefónica llego a la casa, lo hallaron todavía sentado
con su brazo izquierdo acodado en el muslo y el mentón sostenido en peso muerto
por su ensangrentada mano, en la actitud de un filósofo que se haya envuelto en
las profundidades insondables de un abismo de inquietantes reflexiones.
Para
que relatarles todas las peripecias del juicio que se le llevo a cabo, baste
decirles que mis colegas de abogacía, me aconsejaron intentando persuadirme por
todos los medios que no aceptara el caso, argumentando que sería una soberana insensatez de mi parte y
que desde el punto de vista profesional estaría cometiendo suicidio, que me
haría el hara kiri, que bebería una copa repleta de cianuro.
Pero haciendo por
enésima vez alarde de mi ya acostumbrada
terquedad desoí tan prudentes consejos y acepte el caso y ¡Dios sabe!
Que me esforcé valiéndome de todos mis conocimientos jurídicos intentando salvar a este pobre
despojo del género humano de la terrible
muerte, que hoy a escasas horas le aguarda.
La silla eléctrica
esta lista ya y el muchacho esta mañana no ha querido hablar con nadie, ha
rechazado con no pocas groserías al sacerdote que vino para darle la extrema
unción (recordándole con una mueca sardónica en sus labios a la progenitora de
sus días).
Yo me conduzco por este estrecho pasillo que me
llevara a la calle fuera de esta repugnante prisión, que se me figura como una
inmensa tumba en la que yacen estos miserables seres muertos en vida, ¡las
heces fecales de la humanidad! ¡la
mierda que respira! a lo lejos, escucho
las descargas e imagino todos esos voltios recorriendo los laberinticos pasadizos
de sus venas hasta llegar a su corazón asándolo por completo.
Pero
todavía después de todos estos años, permanecen indeleblemente en mi recuerdo aquellas
últimas palabras que me dijo al despedirme de él en su celda la mañana que fue ejecutado – se
siente uno muy fuerte y poderoso; de que hablas ,le pregunte,- cuando uno mata
me replico.
FIN
2 comentarios:
Love your blog, in fact arrived by checking yahoo and google for a comparable issue to this post. Which means this might be a late post nevertheless keep up the great work.
Me gusta la trama de tu relato, se puede leer entre lineas la firme influencia de mi amigo el escritor Edgar Allan Poe, te felicito por tu facilidad al relatar y te invito a que no dejes de hacerlo. Saludos.
Raúl Luna.
Publicar un comentario