En la Iglesia San José de la ciudad de Panamá hay un altar de oro que tiene más de tres siglos.
Es aun más antiguo que el templo en donde se encuentra, porque hace 300 años el altar estaba en otra iglesia que también tenia el nombre de San José.
En esa época, una gran cantidad de ciudadanos fueron saqueados por piratas a la orden de Henry Morgan y la ciudad de Panamá fue una de las tantas ciudades que sufrió el ataque.
Un día en que el pirata Morgan estaba navegando por las costas del océano Pacifico, descubrió la ciudad y cegado por su afán, hacia ahí se dirigió.
La noticia corrió rápidamente por la ciudad de Panamá:
-¡Barcos piratas se acercan a toda vela!
Sin perder el tiempo los habitantes de la ciudad se empezaron a esconder sus cosas y todo lo que había valioso en la ciudad mientras gritaban:
-¡Barcos piratas! ¡Barcos piratas se acercan!
La voz de alarma llegó hasta la iglesia de San José y los sacerdotes que ahí se encontraban también estaban ocultando sus tesoros, pero cuando se enfrentaron con el altar totalmente construido en oro, se les presentó un gran inconveniente ¿Cómo hacer para ocultarlo y dónde?
El bello altar era muy grande, no había forma de esconderlo fácilmente por lo menos disimularlo para que los piratas no pudieran verlo.
Los sacerdotes pensaron hasta tratar de solucionar este inconveniente, hasta que uno de ellos tuvo una buena idea: los pintarían de otro color para que pareciera un objeto sin ningún valor alguno.
Entonces, ayudados de algunos vecinos juntaron hierbas y arcilla y con ellas prepararon una pintura rápida.
Mientras Henry Morgan iba entrando al puerto, entre todos lograron pintar al altar. Trabajaron duramente durante toda la noche hasta el amanecer.
Los piratas desembarcaron con los primeros rayos del sol y en pocos minutos atacaron en las casas de los indefensos pobladores llevándose todo objeto de valor que se les cruzara.
Llegaron a la iglesia de San José y el propio Morgan entro junto con sus secuaces.
Registraron todos los cuartos y no encontraron nada, ni dinero, ni joyas, ni objetos de oro o plata.
Cuando Morgan se acerco al altar, vio a un viejo sacerdote que sin prestar atención a la invasión de los piratas estaba dándole los últimos detalles a la pintura.
¡Que pintura más rara y fea! Nunca vi algo igual – comentó Morgan- ¿Por qué no usas pintura al óleo?
El sacerdote, que dejo de pintar para responderle al pirata, dijo tranquilamente.
- Somos muy pobres, no tenemos dinero para semejantes lujos y esta pintura la creamos con nuestras propias mano, con la tierra de Panamá.
Entonces Morgan hizo algo sorprendente: metió la mano en el bolsillo y saco un puñado de moneadas de plata que le entrego al sacerdote.
-Toma –le dijo- y compra pintura para esta iglesia.
Cuando Morgan se dispuso a abandonar la ciudad con sus hombres y su pobre motín, estaba furiosos por no haber encontrado lo que el pensaba, y prendió fuego a gran parte de las casas.
El incendio se extendió rápidamente y los pueblerinos huyeron para salvarse.
Cuando el fuego comenzó a apagarse, la gente volvió a ver las humeantes ruinas.
Con dolor vieron que gran parte de la ciudad se había perdido. La iglesia también estaba casi destruida pero las llamas no habían alcanzado al altar de oro.
Con esfuerzo de sus habitantes, Panamá fue construida a algunos pocos kilómetros al oeste y sus habitantes levantaron una nueva iglesia que también llamaron San José.
Desde aquel entonces, el bellísimo altar de oro preside la nave, donde permanece aun hoy para orgullo de sus pobladores.
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