El mar me habló de su grandeza, de su fuerza y de su inmensidad...Yo le hablé de Honduras, de su Pueblo y de sus Instituciones y se sintió pequeño...

(Parafraso del Poema de Jorge Sarabia)


martes, 8 de agosto de 2023

La noche del diablo

Era una noche oscura y fría en el pequeño pueblo de San Juan de Flores, en el departamento de Francisco Morazán. Un joven llamado Pedro salía de la casa de su novia, después de haber pasado unas horas con ella. Pedro era un muchacho alegre y trabajador, pero también muy curioso y atrevido. Le gustaba explorar los alrededores del pueblo y conocer los secretos que escondían las montañas y los bosques.

Pedro caminaba por el camino de tierra que lo llevaba a su casa, silbando una canción que había escuchado en la radio. No le tenía miedo a la oscuridad ni a los ruidos que provenían de la naturaleza. Al contrario, se sentía fascinado por el misterio que envolvía al pueblo. Había escuchado muchas historias de terror sobre espantos, brujas, duendes y otras criaturas que acechaban a los incautos. Pero él no creía en esas cosas. Pensaba que eran cuentos inventados por la gente para asustar a los niños.

Sin embargo, esa noche iba a cambiar su forma de pensar para siempre.

Cuando iba por la mitad del camino, Pedro vio una luz extraña que salía de una cueva que estaba cerca del río. Era una luz roja y brillante, que parecía una llama. Pedro sintió curiosidad y se acercó a ver qué era. Pensó que tal vez alguien había encendido una fogata dentro de la cueva, o que había algún tesoro escondido.

Al llegar a la entrada de la cueva, Pedro se quedó paralizado por el terror. Lo que vio no era una fogata ni un tesoro, sino una criatura horrible y repugnante. Era un ser mitad hombre y mitad cabra, con cuernos, pezuñas, cola y pelo negro. Tenía unos ojos rojos como el fuego y unos dientes afilados como cuchillos. En su mano derecha sostenía un tridente y en su izquierda una cadena.

Pedro reconoció al instante a la criatura: era el diablo.

El diablo lo miró con una sonrisa malvada y le dijo con una voz grave y ronca:

Hola, Pedro. Te estaba esperando.

Pedro no podía creer lo que veía ni lo que oía. ¿Cómo sabía el diablo su nombre? ¿Qué quería de él? ¿Cómo podía escapar?

Pedro trató de correr, pero el diablo lo sujetó con su cadena y lo arrastró hacia la cueva.

No te resistas, Pedro. Tengo un trato para ti.

- ¿Qué trato? - preguntó Pedro con miedo.

-Te ofrezco riqueza, poder y fama. Todo lo que quieras en esta vida. A cambio, solo tienes que darme tu alma.

- ¡No! ¡Nunca! - gritó Pedro.

- Piénsalo bien, Pedro. Puedes tener todo lo que deseas. Solo tienes que firmar este contrato con tu sangre.

El diablo le mostró un papel negro con letras rojas, donde estaba escrito el pacto infernal.

- No me interesa tu contrato ni tus mentiras. Déjame ir - dijo Pedro.

- Está bien, Pedro. Si no quieres aceptar mi oferta, te daré otra opción.

- ¿Cuál? - preguntó Pedro con esperanza.

- Te dejaré ir si me respondes correctamente una pregunta.

- ¿Qué pregunta? - preguntó Pedro con desconfianza.

- Una pregunta muy sencilla: ¿Qué es lo más importante en la vida?

Pedro pensó rápidamente en la respuesta. ¿Qué era lo más importante en la vida? ¿El dinero? ¿El amor? ¿La salud? ¿La felicidad?

Pedro recordó entonces las palabras de su abuela, quien siempre le decía:

"Lo más importante en la vida es Dios, hijo. Él es el creador de todo lo bueno y el protector de los justos. Siempre confía en Él y sigue sus mandamientos.''

Pedro sintió entonces una fuerza interior que le dio valor y fe. Miró al diablo a los ojos y le dijo con firmeza:

- Lo más importante en la vida es Dios.

El diablo soltó un grito de rabia y frustración. La respuesta de Pedro era correcta y el pacto se había roto. El diablo no podía retenerlo más y lo soltó.

Pedro aprovechó la oportunidad y salió corriendo de la cueva, sin mirar atrás. Se alejó lo más que pudo del río y del camino de tierra. Llegó a su casa y se encerró en su cuarto, agradeciendo a Dios por haberlo salvado.

Desde ese día, Pedro cambió su forma de ser. Ya no era curioso ni atrevido, sino prudente y humilde. Ya no exploraba los alrededores del pueblo, sino que se dedicaba a su trabajo y a su familia. Ya no escuchaba canciones en la radio, sino que rezaba el rosario con su abuela. Y ya no dudaba de las historias de terror que le contaban, sino que las respetaba y las temía.

Pedro nunca volvió a ver al diablo, pero tampoco olvidó la noche en que lo conoció. Y siempre recordó la lección que aprendió: lo más importante en la vida es Dios.



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